dissabte, 17 de setembre del 2011

El glorioso año 92


En la vida todos tenemos uno o varios momentos que con el paso del tiempo recordamos con ese dicho tan popular, “que me quiten lo bailao”. Uno de mis momentos fue el glorioso 92. La cúspide se alcanzó a finales de abril con la firma de mi adhesión voluntaria al expediente de regulación de la empresa láctea Ato, y la semi-voluntaria de Núria, mi pareja. La gestación de estos “despidos” se remonta unos meses atrás: con la amenaza del expediente siempre presente, la empresa presionaba al comité del que yo formaba parte desde hacía tres años, en busca de recortes salariales y sociales inaceptables. Conocedores de la situación (realmente de extrema dificultad) y de la voluntad de gran parte de los trabajadores, lejos de impresionarnos con las amenazas emprendimos una serie de acciones de riesgo, que por suerte dieron sus frutos. La primera de ellas fue denunciar el excesivo número de trabajadores contratados a través de empresas de trabajo temporal, entre las que se encontraba Núria. Como consecuencia de la denuncia, unas 30 personas pasaron a considerarse fijas en plantilla de la empresa. La segunda acción, fue la definitiva: aceptamos sentarnos a negociar el expediente, pero con condiciones.

La empresa planteó un expediente que afectaba a 600 de las 700 personas que quedaban en ella, después de la no renovación de los contratos temporales en vigor. Nuestra propuesta contemplaba la pre-jubilación de todo el personal mayor de 50 años y la apertura de una lista de voluntarios, que sabíamos iba a ser extensa. De los 30 días por año trabajado ofertados por la empresa acabamos firmando un promedio de casi 48 días, después de tres meses de intensa negociación, salpicados por sentadas, manifestaciones, paros, asambleas más o menos pacíficas… Uno de nuestros mayores logros fue marcar una indemnización mínima (3 millones de las antiguas pesetas), de la que se benefició la mayoría del personal que acabábamos de hacer fijo proveniente de las ETTs, Núria incluida. Finalmente el expediente afectó a unas 400 personas, todas voluntarias o pre-jubiladas, excepto un pequeño colectivo de 6 o 7 trabajadores, cuya marcha era condición sine qua non, y que el comité aceptó en un ejercicio de responsabilidad colectiva. De los 17 miembros del comité, 12 marchamos voluntariamente, cerrando un acuerdo que satisfizo a todas las partes, aunque como era de esperar posteriormente en el sino de la empresa se dijo de todo de los que habíamos marchado.

Pues bien, estamos a finales de abril con 2 años de paro por delante y con una cantidad indecente de pasta en los bolsillos. Qué podíamos hacer, sino fundirla??? Con esa intención nos personamos en El Corte Inglés para hacernos con un kit de bolsas de viaje y emprender el mismo. Pusimos cuatro cosas en las bolsas y nos dirigimos a la estación de Sants a ver que tren nocturno nos transportaba hasta Andalucía, sin haber decidido aún a qué lugar en concreto. Encontramos un Talgo con destino Córdoba y sacamos billete en un coche-cama que nos depositó a la mañana siguiente en la ciudad de los Califas. Objetivo: buscar hotel. Nuestro sexto sentido nos llevó hasta el magnífico hotel Alfaros, que había abierto al público un par de semanas antes. Pasamos una semana allí, en la que intimamos con todos los camareros (especialmente con uno de ellos que no llegaba a entender nuestras peticiones y no paraba de repetir “Chue…Fanta, Bourbon… Tenezi) hasta el punto de cerrar el bar del hotel e irnos de fiesta con ellos todas las noches, por lo que conocimos la ciudad en todas sus facetas, nocturnas y diurnas. Para quien no haya visitado la Mezquita, decir que es la construcción más impresionante que haya visto jamás y que en su interior se aprecia el embrujo de la cultura que la habitó siglos atrás.



Influidos quizá por ese embrujo, encaminamos nuestros pasos hacia Granada, donde nos alojamos en el Parador Nacional de la Alhambra, un convento franciscano del siglo XV en el que pasamos otra semanita a todo tren. Los jardines, las fuentes, los palacios nazaríes… impresionante. Un día, leyendo una revista del parador, descubrimos un pequeño hotelito muy exclusivo situado en San José, en el Cabo de Gata. Su carta de presentación era que uno de sus clientes habituales era el rey de España, y pensamos que si él iba allí, nosotros no íbamos a ser menos. Llamamos por teléfono y Paco nos explicó que su establecimiento contaba con 6 habitaciones de las que tenía un par libres y que nos recibiría encantado. El hotel era espectacular… una estancia marinera sin pretensiones, pero decorada con un gusto increíble, con habitaciones amplias y luminosas y una calita privada. El restaurant, magnífico… platos marineros cocinados en su justo punto y el menú real, el que al parecer le gusta al rey de España. Nos contaba Paco, que al pobre hombre no le dejaban bajar a la calita por motivos de seguridad, pero que alguna escapada hacía con su complicidad. El trato, exquisito, tanto de Paco, como de su pareja (no recuerdo su nombre), una hippie reciclada que cuidaba hasta el más mínimo detalle.

En mitad de nuestra estancia en San José había una fecha crucial: 20 de mayo del 92, final de la Copa de Europa en Wembley, Barça – Sampdoria. Por muy a gusto que estuviéramos, que lo estábamos, no podíamos perdernos este evento. Ni cortos ni perezosos, dejamos las bolsas en el hotel y volamos a Barcelona para vivir el partido con los colegas y celebrar la conquista de nuestra primera Copa de Europa. Volvimos a San José al día siguiente y al cabo de un par de días nos encaminamos al Parador de Mojácar a disfrutar del sol de mayo en sus increíbles playas. Resultó que en todo el Parador, habitábamos solo seis o siete clientes, y la sensación de relax era extrema: la piscina estaba vacía siempre, pero a nosotros nos gustaba más la playa. Hicimos amistad con una muchacha que regentaba un chiringuito (Kontiki Beach) y que alquilaba hamacas, por lo que pasábamos el día entre el agua, la hamaca y el chiringuito. Incluso se ausentó un par de días y nos dejó dos hamacas disponibles para nuestro disfrute en su ausencia. Durante nuestra estancia en Mojácar, visitamos Cuevas de Almanzora, localidad de la que era originaria la familia de mi madre, y su mítica fuente de los siete caños.

Tras no sé cuántos días regresamos a Barcelona donde seguimos empeñados en nuestro propósito inicial, fundirnos la pasta de las indemnizaciones. Después vino Túnez, y el maravilloso Abu Babbas, hotel en el que creo, solo habían jeques árabes y nosotros, hasta el punto de hacernos pagar por adelantado la estancia. Pero, en ese momento éramos poderosos y no nos importó.

En fin, como he dicho al principio, este es uno de los momentos de “que nos quiten lo bailao”…

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