dijous, 28 de juliol del 2011

Mosaico y Pintura Bizantina

La pintura, tanto por sus temas como por su esencia, destaca, con mucho, entre las demás artes figurativas de la época bizantina. Algunas generalidades de todos los géneros pictóricos bizantinos son:

·         La pintura más usada fue la del fresco y el mosaico, que si en Roma había servido en esencia para la decoración del piso, en Bizancio ocupó gran parte del muro.

·         Las figuras, tanto pictóricas como las del mosaico, tienden a ser inexpresivas y alargadas.

·         Los detalles son logrados por medio de líneas, no por el manejo de luces y sombras. Se enfatizan los ojos y las miradas.

·         Los temas se repiten con frecuencia, al igual que los gestos y las actitudes.

·         La ornamentación es de gran riqueza, como las hojas de acanto o de vid que tienden a la estría. La estrella, la trenza o la elipse son también elementos decorativos.

·         Entre los materiales utilizados en el mosaico se encuentran el oro, la plata o la madre perla. Se utiliza mucho el oro como fondo.

·         El simbolismo bizantino resulta ideal para el manejo de la amplia variedad de símbolos clásicos y en especial paleocristianos.

En la pintura bizantina podemos distinguir dos aspectos: la pintura mural y la de miniatura. En cuanto a la primera son escasos los ejemplos anteriores al siglo XIII, y su composición es a base de largos frisos donde los personajes realistas y dramáticos narran las historias bíblicas. En cuanto al arte de la miniatura, Bizancio alcanzó desde sus inicios, perfectas obras que influirán de gran manera sobre la miniatura medieval.

De gran importancia fue el cuadro religioso sobre tabla, el icono. Se representan, sobre todo, Cristo y la Virgen María, y posteriormente ángeles y santos, según el orden marcado por las fiestas del calendario, o con escenas de su vida.



En la pintura de iconos se conservan con especial rigidez e inmutabilidad tipos fijos en la configuración de los rostros, posturas y ademanes, así como la frontalidad y la espiritualización visionaria, con lo cual se intenta lograr la autenticidad exigida y la mágica relación con el original.

Como objeto sagrado, los iconos desempeñan un papel importante tanto en la liturgia como en la devoción privada. En la época bizantina tardía se desarrolla la gran pared de cuadros, iconostasis, que separa el presbiterio del recinto de la comunidad de los fieles; en Rusia especialmente adquiere proporciones gigantescas, llegando a tener hasta cinco filas de cuadros.

Entre los géneros de la pintura, el de más alto rango es el mosaico. Su preciosismo y su luminosa fuerza, refleja con la mayor pureza el carácter sobrenatural, inmaterial y sagrado de las verdades de fe representadas. Por sus refinados métodos de tratamiento, constituye la técnica más apropiada para lograr, en las bóvedas del recinto de la iglesia, a la par que una gran luminosidad y una gran riqueza cromática, una nueva vida en las superficies.

La idiosincrasia formal de la pintura bizantina, independientemente de todas las peculiaridades y evoluciones estilísticas, está determinada por dos rangos esenciales:

1.       No perdió nunca el contacto con la Antigüedad clásica. Conserva de la época helenística la importancia primaria de la figura humana en la composición y la forma del cuadro, la concepción de movimiento del cuerpo, la evidencia y la claridad visual de la acción, y un increíble refinamiento en la estructuración del cuadro, en la aplicación del color y en la técnica.

2.      La subordinación de las medidas y las formas al simbolismo y trascendencia del cuadro. Las formas y medidas puramente simbólicas, la concentración sobre lo temáticamente importante y la severa dignidad que intenta reflejar al modelo sagrado, constituyen la esencia del arte figurativo bizantino.

Sus medios formales son la frontalidad y la simetría. Se procura que la figura principal destaque por su tamaño y aislamiento, así como que el lenguaje de los gestos sea intenso y fácilmente interpretable. El aplastamiento del cuadro y la renuncia a una profundidad espacial autónoma son el resultado de su orientación hacia el espectador. La pintura monumental en las iglesias de cúpula alcanza la tridimensionalidad por un procedimiento específicamente bizantino: mediante la ordenación de las superficies curvas de la cúpula, trompas y nichos se enfrentan en el espacio, y actúan a través del espacio físico. El espacio arquitectónico real se convierte en el espacio del cuadro, y así toda la iglesia es un icono espacial que encierra y rodea al observador.

Los mosaicos fueron la obra trascendental de Bizancio. La mayoría de ellos fueron ejecutados por hombres cultos y no, como podría sugerir una rápida ojeada a algunas de las obras, por primitivos desconcertados por los problemas de la perspectiva. Tanto los individuos como las escenas estaban ideados para que fuesen claros, sencillos e identificables, de modo que pudiesen producir un impacto máximo al ser contemplados a distancia, como en las paredes y en las altas bóvedas de las iglesias. Pero cuando nos acercamos, nos son revelados toda clase de sutiles detalles: un suave modelado gracias a la curvatura de las líneas de la piedra, graduación de color utilizando piedras de diferentes matices, o un fondo brillante a diversos ángulos.


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