Francisco de Quevedo nació en Madrid en el año 1580. Su infancia transcurrió en la Corte, donde sus padres ejercían como secretario de María de Austria, la hermana del rey Felipe II, y como dama de la reina Anna de Austria. A la muerte de su padre en 1586, su madre pasó al servicio de la infanta Isabel Clara Eugenia, hija de Isabel de Valois, lo que le proporcionó los recursos para cursar cuatro años de estudios en la Compañía de Jesús, trasladándose en 1596 a Alcalá de Henares, donde ingresó en la Universidad. Terminados sus estudios de Artes se matriculó en Teología, pero interrumpió la carrera al morir su madre en 1601. Un año después, Quevedo se traslada con la corte a Valladolid y reanuda sus estudios al tiempo que comienzan a circular sus primeros poemas bajo el pseudónimo de Miguel de Musa, casi todos ellos parodiando a los de Luis de Góngora que a la postre se convertiría en su enemigo más acérrimo.
Su vida transcurrió entre palacio y el destierro, en función de su afinidad con las altas esferas del reino, en una época bastante convulsa. Le debemos obras de la talla de la Vida del Buscón, Sueños y Discursos 0 sus magníficas poesías, impresas por primera vez en 1605 en la antología Primera parte de las Flores de poetas ilustres de España. Destacan también sus Entremeses teatrales y sus obras políticas. Su defensa a ultranza del imperio le llevó a escribir panfletos contra la rebelión de Barcelona de 1640, la Guerra dels Segadors, como el inclasificable La rebelión de Barcelona ni es por el güevo ni es por el fuero, en el que después de encadenar toda una serie de atrocidades sobre los catalanes, concluye que su gobierno es del todo negativo y perjudicial para el reino castellano. Dado que ésta era una opinión bastante extendida en la época, cabe preguntarse por qué no nos dejaron en paz en 1641 cuando Pau Claris proclamó la República Catalana, pero esto ya es otra cuestión.
El tema que nos ocupa, tiene relación con su ascenso político hasta llegar a ser nombrado en 1632, secretario del monarca Felipe IV. Tal cargo conllevaba una serie de obligaciones, como gozar de una vida ordenada en absoluto acorde con las costumbres del poeta. Conocida era su afición por frecuentar las tabernas y los prostíbulos de la época, y presionado por su amigo el Duque de Medinaceli, contrajo matrimonio contra su voluntad con doña Esperanza López de Mendoza, viuda de Juan Fernández de Heredia y Liñán, señor de Cetina, el 26 de febrero de 1634 en la capilla del palacio vivienda de los señores de la citada población. Se dice que doña Esperanza quiso castigar la altivez del poeta, aprovechando la poca altura de la entrada a la capilla del palacio y urdió la siguiente trama, relatada por el cronista de Aragón: “Conocedores todos del orgullo que emanaba el personaje de Quevedo, capaz de no arredrarse ante Papa ni Rey, apostó la Señora de la Villa a que el que iba a ser su marido se rebajaría a sus pies antes de casarse. Dudáronlo las comadres y la señora aposentólas junto a la entrada de su capilla privada. Llegó don Francisco, quien por cierto no quiso oír la misa nupcial y fue invitado a pasar a la capilla. En aquel momento, la novia, que esperaba dentro, salió a recibirle, pero no atravesó la entrada, sino que se quedó en la misma por la parte de dentro, debiendo Quevedo agachar su cabeza justo a los pies de la Dama. Esta, satisfecha, dirigió una cómplice sonrisa a las de su corte en derredor apostadas.”
Como era de esperar, el matrimonio duró solo tres meses, habida cuenta de las opiniones sobre el mismo vertidas años atrás por el poeta. Sin ir más lejos, llegó a afirmar: “Siempre fui señor licenciado de opinión, que a los hombres que se casan los había de llevar a la iglesia con campanillas delante, como a los ahorcados, pidiendo por el ánima del que sacan a ajusticiar.” El escritor puso fin a la farsa marchando a Madrid y abandonando a su mujer.
En estos días se celebra en la localidad aragonesa de Cetina la IV Edición de las Jornadas Quevedianas, en las que el pueblo se traslada a la época barroca del Siglo de Oro español, y se escenifican diversos pasajes del paso de Quevedo por la villa, como “El Encuentro de doña Esperanza y don Francisco de Quevedo”, “El lanzamiento de monedas”, “La Boda” o “La Cencerrada”, para finalizar las representaciones con los pasajes pertenecientes a los meses que duró el matrimonio y la definitiva “Huida de Quevedo”. Paralelamente, se celebra un Mercado Barroco, así como pasacalles, concursos y bailes populares todo ello ambientado en la España del siglo XVII, tan lejana y a veces tan cercana a la actual.