El arte medieval es un gran período de la historia del arte que abarca desde el siglo V hasta finales del siglo XV, e incluye movimientos artísticos, diferentes géneros, períodos de florecimiento… podríamos decir, que no es más que un reflejo de la sociedad medieval, que presenta una gran diversidad de perfiles humanos, situaciones históricas, actividades económicas y dominios del imaginario.
En el mundo medieval se irá forjando una conciencia por parte del que crea y de la sociedad para la que crea que irá definiendo el concepto de artista. Esta evolución pasará del anonimato de una condición artesanal de poco prestigio social en la Alta Edad Media, a la consideración de cultivadores de las bellas artes hacia el final de la Baja Edad Media, aumentando su consideración social y su preparación intelectual.
La sociedad medieval está dominada por la religión. La teología y su traducción en las artes plásticas, nos recuerda constantemente que el ser humano está sujeto a una autoridad suprema, Dios, y que no podemos rebelarnos contra el orden establecido por él, ya que de otra forma el hombre será juzgado severamente y privado de sus derechos. También nos recuerda que la salvación del hombre, sólo tendrá lugar en el más allá, y que todo lo que tiene de bueno, lo debe al Creador, pero que todos sus sufrimientos y maldades, son consecuencia de sus pecados, de los que tiene que rendir cuentas.
Sin embargo, la originalidad de la estética medieval no residía en los elementos religiosos, pues la antigua también los contenía, o en su carácter teológico, pues no fue enteramente teológica, ni se ocupó de la belleza divina exclusivamente. Su originalidad consiste más bien en el hecho de estar sujeta a una religión distinta de la antigua: la religión cristiana, que tenía sus dogmas establecidos, e imponía a la estética, una determinada orientación.
Fue así la religión cristiana la que hizo que la estética medieval viera en Dios la fuente de toda belleza y que se asignaran al arte determinados fines morales, a pesar de cierto recelo en torno a la belleza y las artes, pues se temía que un excesivo interés por las cosas de la tierra pudiera perjudicar al alma. Sin embargo, pese al riesgo de caer en la idolatría, la escultura y la pintura fueron admitidas como soportes lícitos de la piedad. Asimismo, y debido a la doctrina cristiana, la estética medieval se ocupó más que la antigua de las cuestiones psicológicas, mostrando ciertos rasgos de simbolismo y, en cierto modo, incluso de romanticismo.
La estética medieval fue además simbólica, pues sostenía que el valor estético de los objetos sensibles no sólo deriva de ellos sino también de los objetos que simbolizan y que pertenecen a otra realidad, que la vista no percibe.
En cuanto al romanticismo, entendido como la tesis de que lo esencial en el arte es expresar sentimientos y afectar los sentidos, la estética medieval (salvo en el arte gótico), careció de ella. Lo novedoso de la estética medieval radicaba más en las ideas particulares que en su actitud general ante la belleza y el arte.
Entre las ideas nuevas, puramente estéticas e independientes de las delimitaciones religiosas y metafísicas, podemos destacar las siguientes:
· La extensión del concepto de proporción estética a la relación objeto – sujeto.
· La extensión del concepto del ritmo a la psiqué.
· La determinación de la actitud estética como actividad desinteresada.
· La clasificación de los diversos géneros de lo bello.
· La teoría de las fuentes de lo bello.
· La descripción de las etapas de la experiencia estética.
· La definición de lo bello.
El último punto de estas nuevas ideas, la definición de lo bello, fue clara y concisamente expresada por uno de los pensadores más destacados de la época, Santo Tomás de Aquino: La belleza es aquello que agrada a la vista (pulchra enim dicuntur guae visa placent), e incluye tres condiciones:
1. Integridad o perfección (integritas sive perfectio): los objetos rotos, deteriorados o incompletos, son feos.
2. Debida proporción o armonía (debita proportio sive consonantia), referida a cierta relación entre el objeto y quien lo percibe, es decir que el objeto claramente visible sea proporcionado a la vista.
3. Luminosidad o claridad (claritas): es ese “resplandor de la forma que se difunde por las partes proporcionadas de la materia”, según se dice en el opúsculo “De pulchro et bono”, escrito por Santo Tomás en su juventud.
Otro de los grandes pensadores medievales, San Agustín, en sus Confesiones, distingue una belleza que corresponde a las cosas en cuanto forman un todo, y otra belleza que les corresponde en virtud de su adaptación a alguna otra cosa o en cuanto parte de un todo. Los conceptos clave en la teoría agustiniana son unidad, número, igualdad, proporción y orden; de ellos, la unidad es la noción básica, no sólo en el arte, sino también en la realidad. La existencia de cosas individuales que forman unidades, y la posibilidad de compararlas con miras a la igualdad o semejanza, origina la proporción, la medida y el número.
Otra característica importante de la teoría agustiniana es que la percepción de la belleza implica un juicio normativo. Percibimos los objetos ordenados como ajustados a lo que deben ser, y los objetos desordenados como no ajustados a ello. Esta percepción o imperfección no puede ser meramente percibida: el espectador ha de llevar dentro un concepto del orden ideal, que le fue dado por cierta “iluminación divina”. De aquí se extrae la conclusión de que el juicio de la belleza es objetivamente válido, no puede darse en él relatividad alguna.
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