Sorprende que la aparición de las primeras muestras de arte cristiano, no se produzcan hasta la primera mitad del siglo III. Bien es verdad, que las nacientes comunidades cristianas, constituían el medio social menos propicio para potenciar unas actividades artísticas, al ser en su gran mayoría semiclandestinas y de condición humilde, aunque también es cierto que el cristianismo llegó a familias adineradas relacionadas por tradición cultural con los ambientes artísticos.
Cabe pensar entonces en la dificultad de adecuar unos contenidos de carácter trascendente y espiritual en un contexto artístico en el que se exalta y predomina la forma y la materia. Por todo ello el trasfondo ideológico se perfila como la causa primordial de esta inicial y prolongada iconoclasia. En el Éxodo 20, 4 se recoge ésta doctrina:
No te fabricarás escultura ni imagen alguna de lo que hay en lo alto de los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas bajo la tierra.
También dice el Levítico 26, 1:
No os hagáis ídolos, ni pongáis imágenes o estelas, ni coloquéis en vuestra tierra piedras grabadas para postraros ante ellas, porque yo soy Yaveh vuestro Dios.
Los documentos destinados a encauzar la disciplina de las primeras comunidades cristianas insisten en que rechacen cualquier manifestación o cualquier objeto que les aproxime a la imagen, al ídolo. La Didascalia, manuscrito sirio redactado a mediados del siglo III, aconseja a estas comunidades rehusar cualquier donativo que proceda de pintores o escultores, de aquellos que fabrican ídolos. Las Constituciones Apostólicas, compilación realizada a fines del siglo IV y que reúne escritos atribuidos al período inicial del cristianismo, excluyen de la Iglesia a los pintores, del mismo modo que excluyen a las prostitutas. Ni siquiera se plantean que el artista pueda cambiar su antiguo repertorio por otro de contenido cristiano.
Sin embargo, cuando se produjo la eclosión del arte cristiano, de forma prácticamente sincrónica en todos los territorios cristianizados, ya se percibía una dirección eclesiástica que unificaba criterios y comenzaba a perfilar los cauces catequéticos por los que concurriría de aquí en adelante la iconografía cristiana.
En opinión de Grabar, se desconocen los motivos reales que propiciaron la aparición del arte cristiano, todo y que no hay duda de que existía una actitud popular bastante generalizada que deseaba ver en imágenes las figuras de Cristo, los Santos o las escenas más significativas de los Libros Sagrados. Según Grabar no hay que descartar la posibilidad de que la iconografía cristiana haya surgido como respuesta al reto plástico de una religión rival que incluso podría ser la judía. Pero parece más proclive a pensar que judíos y cristianos abandonaron paralelamente su tradicional hostilidad a la imagen movidos por un resorte común e ignoto.
Que mas idolatría que la de los dos Querubines del arca, desde el tiempo de Salomón.
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