La tradición remonta el origen de la civilización romana a la Guerra de Troya. Tras diez años de asedio, y cuando los griegos estaban a punto de entrar en la fortaleza, el troyano Héctor encarga a Eneas, hijo del mortal Anquises y de la diosa Venus, salir de la ciudad y fundar una nueva Troya, la futura Roma.
Eneas abandona Troya con su hijo y su anciano padre, y un pequeño grupo de leales. Llega al Lacio, donde se promete con Lavinia, hija del rey Latino, al que un oráculo le había predicho la boda de su hija con un extranjero. Eneas se establece en el Lacio y funda la ciudad de Lavinium en homenaje a su esposa. A la muerte de Eneas, el trono pasó a su hijo Ascanio, y tras sucesivos monarcas, Marte, dios de la guerra se enamoró de Rea Silvia, sacerdotisa vestal sobrina del rey Numitor, con la que tuvo dos hijos: Rómulo y Remo.
Amulio, hermano de Numitor, ordenó arrojar al Tíber a los recién nacidos, pero el destino de Roma estaba escrito. Una loba que andaba por los alrededores se acercó al oír el llanto de los bebés y los amamantó y cuidó. Poco después los descubrió un pastor que se los entregó a su mujer para que los criara. Cuando se hicieron mayores y conocieron su identidad, Rómulo y Remo decidieron vengar a su madre y abuelo; desterraron a Amulio y repusieron en el trono de Alba Longa a su abuelo Numitor. Después fundaron una ciudad en el mismo lugar donde los amamantó la loba, es decir, a orillas del Tíber. Como los dos hermanos querían convertirse en reyes de la nueva urbe decidieron consultar a los auspicios divinos: el vuelo de las aves indicó que el escogido era Rómulo.
Rómulo trazó un surco con un arado señalando los límites de la ciudad, en torno al monte Palatino y amenazó de muerte a quien los traspasara. Remo se burló de la advertencia de su hermano y saltó la línea. Rómulo enfurecido lo mató sentenciando: "Así le pasara a cualquiera que se atreva a franquear mis murallas".
Este es el mito de la fundación de Roma, que se erigió en un emplazamiento estratégico de fácil defensa y encrucijada en las rutas comerciales entre el norte y el sur de la Península. La ciudad está protegida por las siete colinas próximas, Palatino, Aventino, Esquilino, Quirinal, Celio, Viminal y Capitolio.
La población de Roma se estructuraba según la riqueza y los derechos legales. Había hombres libres y esclavos. Dentro de los hombres libres existían los ciudadanos, que se dividían en dos grupos:
· Patricios, descendientes de los fundadores de Roma, que se agrupaban en familias con un antepasado común. Formaban una clase privilegiada, gracias a la posesión de grandes latifundios, y eran los únicos ciudadanos con derechos políticos.
· Plebeyos, ciudadanos establecidos en Roma tras su fundación y únicamente con derechos civiles. Vivían de la artesanía y el comercio, o de pequeñas propiedades rurales.
Otras clases sociales eran los libertos, antiguos esclavos que habían conseguido la libertad por los méritos realizados o por su compra, los clientes, hombres libres pero que mantenían alguna relación de dependencia con el patrono. El escalafón más bajo lo ocupaban los esclavos, que pertenecían a un señor o al Estado, y carecían de derechos. Habían llegado a esta situación por nacimiento, por delitos o como prisioneros de guerra.
La historia de la Roma antigua presentó cuatro formas de gobierno:
· Monarquía, abarca el periodo comprendido entre la fundación de la ciudad, el 21 de abril del año 753 ane, y la expulsión de Tarquinio el Soberbio, último y despótico monarca, en el año 510 ane. Disponía de tres instituciones, rey, senado y pueblo.
· República, desde la expulsión de Tarquinio hasta la llegada de Augusto, el año 27 ane. La figura del rey fue sustituida por dos magistrados (pretores o cónsules). El Senado era el centro y motor de la actividad política, y los magistrados tenían la obligación de consultar el parecer de los senadores y a seguir sus consejos.
· Principado, que duró hasta el inicio de las reformas del emperador Diocleciano, en el año 284.
· Dominado, hasta la caída del Imperio Romano en el año 476.
Los Templos romanos
Los romanos dispusieron en un inicio los templos de una manera similar a la de los griegos, si bien adoptaron mucho más la rotonda, hasta que se modificaron disminuyendo el número de columnas exteriores o sustituyéndolas por pilastras, que abovedaban las naves.
Básicamente son originarios de las ideas conjuntas de los templos etruscos y griegos, con planta rectangular, excepto en el orden toscano, que eran cuadrados sobre un zócalo al que se accedía por una escalera anterior o pódium.
Los de planta rectangular son los más comunes, aunque también hay que destacar los de planta circular, que tienen similitud con las antiguas cabañas romanas. El más representativo es el Panteón de Agripa, que incorpora una bóveda cubriendo el espacio circular, novedad en la arquitectura templaria romana, aunque ya se había utilizado en las grandes salas termales.
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