dimarts, 16 d’agost del 2011

Arte Catalán Medieval


El uso de nombre Catalunya y del gentilicio catalán, así como la aparición de los primeros textos escritos en lengua catalana, se generaliza entre los siglos XI y XII, al mismo tiempo que el arte Románico alcanza un gran desarrollo.

El Románico es un arte directamente relacionado con los orígenes nacionales de Catalunya, y es considerado como el punto de partida del arte catalán, ya que todas las manifestaciones artísticas anteriores que se dieron en tierras catalanas, nacieron en un contexto cultural y político donde la idea de Catalunya era inexistente.

Los precedentes del Románico en Catalunya pasan por el periodo de dominio visigodo, durante el cual se sustituyeron los modelos estéticos de la antigüedad clásica por otros modelos estéticos que fueron la base del arte medieval. La incidencia del cristianismo en la creación artística era cada vez mayor, hasta la ocupación islámica en el año 711, que conllevó el desmantelamiento de las estructuras de poder existentes. Sin embargo, a finales del siglo VIII comenzó la reconquista del territorio catalán, culminada en el año 801 con la reconquista de Barcelona. En el marco de este proceso se crearon los Condados Catalanes, que paulatinamente fueron distanciándose de la monarquía franca y abriendo sus miras políticas y culturales hacia los grandes centros de poder europeos.

Hablamos ya, a finales del siglo X de las primeras manifestaciones  del arte prerrománico catalán, encabezados por la promoción hecha desde el Monasterio de Ripoll, uno de los centros culturales más activos de su tiempo y que promovió obras de gran envergadura, como las de Cuixà, Ripoll o Sant Pere de Rodes. Encontramos ya los primeros ensayos de escultura monumental en las fachadas de algunas iglesias de la Catalunya Norte. Se trata de relieves bastante sencillos, que ya introducen el tema del Maiestas Domini, que más adelante será protagonista de las grandes portadas románicas. Al final del siglo XI pertenecen algunos conjuntos importantes de pintura mural, especialmente los de Sant Quirze de Pedret.

En el siglo XII se produce el renacimiento de la escultura monumental, con la creación de las grandes portadas románicas, entre las que destaca la del Monasterio de Ripoll, y la de los grandes claustros románicos catalanes, como el del mismo Ripoll, Cuixà, Girona o Sant Cugat, donde el máximo protagonismo recae en los relieves y la decoración escultórica de los capiteles, a veces enigmática.



En cuanto a la pintura mural, la renovación de las artes tiene su máximo exponente en las pinturas del ábside de la iglesia de Sant Climent de Taüll, una de las piezas clave de la pintura románica por la imponente monumentalidad de sus formas. Estéticamente, se trata de una pintura que da el máximo protagonismo a la figura, mientras los elementos accesorios, como el fondo o el paisaje, son tratados de forma simplificada o esquemática. El cromatismo es intenso y plano, sin muchas matizaciones y los trazos suelen perfilarse con líneas gruesas.

A partir del siglo XIII, tanto la pintura como la escultura, van avanzando gradualmente hacia el concepto del gótico, dotando a las imágenes de una mayor autonomía y entidad corporal, y de una mayor expresividad, rompiendo con la rigidez y majestuosidad de los modelos típicamente románicos. El siglo XIV representa un gran impulso de las artes plásticas catalanas, en las que predomina el italianismo, aunque con influencias de otras escuelas como la del gótico francés. Tenemos documentada en Catalunya la presencia de artistas de origen italiano como el escultor Lupo di Francesco, autor del Sepulcro de Santa Eulàlia. El introductor del italianismo en pintura es Ferrer Bassa, que junto con su hijo Arnau formó parte del grupo de artistas directamente favorecidos por los encargos del rey Pere el Cerimoniós.

Durante la segunda mitad del siglo XIV la producción de retablos se intensifica de forma considerable gracias al aumento de la demanda y a la organización de talleres capaces de agilizar su producción, como el de los hermanos Serra o los que componen la llamada Escuela de Lleida. Una de las peculiaridades del gótico catalán es la importante presencia de retablos esculpidos en piedra o alabastro.

Durante el siglo XV la sociedad catalana vive una profunda crisis que a pesar de su intensidad, no se refleja en el nivel de calidad e intensidad de la producción artística. A pesar de que son tiempos de cambio en Europa, con la llegada del Renacimiento, la sociedad catalana se inclina abiertamente por la reafirmación de las tendencias góticas. Algunas de las características del arte de esta época son el cromatismo intenso de las pinturas, la persistencia de los dorados como fondo de los retablos, la tendencia a envolver a las figuras con vestidos suntuosos, enriquecer las imágenes con detalles y complementos, una cierta nostalgia por los ideales caballerescos y una clara inclinación por el preciosismo. Son representantes destacados los pintores Lluis Borrassà y Bernat Martorell, y la producción de los retablos de piedra también se enriquece con las obras de los escultores Pere Joan y Pere Oller.

En la segunda mitad del siglo XV la influencia de la pintura flamenca fue notable. Se extendió el uso de la pintura al óleo, el gusto por los detalles y el interés por las luces, el retrato y el paisaje. Su introductor fue el pintor valenciano Lluís Dalmau. Al margen de las influencias flamencas constatamos la obra de Jaume Huguet, considerado el pintor gótico catalán más importante. Huguet trabajó por encargo de gremios y de cofradías que permanecían ancladas en los gustos tradicionales y reclamaban insistentemente retablos con profusión de dorados.

El profundo arraigo del gótico en  los gustos y mentalidades de la sociedad catalana determinan su larga continuidad más allá de la frontera del siglo XVI.

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