Nordeste de África
El Nordeste de África abarca una gran cantidad de países, pero nos limitaremos a los que se engloban en el llamado “Cuerno de África”, región del África oriental, ubicada en la desembocadura del Mar Rojo con el Océano Índico frente a la península arábiga. Esta región está formada por Djibouti, Eritrea, Etiopía y Somalia, con una población cercana a los 95 millones de personas, y una aridez extrema con grandes temporadas de sequía, que provocan una extremada pobreza y grandes episodios de hambre. Se trata también de una zona de gran inestabilidad política, económica y social, con continuas guerras, a pesar de ser una zona de alto interés estratégico para los países occidentales, debido al tráfico por la misma de gran cantidad de buques petroleros y de mercancías.
Como hemos indicado anteriormente, la zona es en los últimos años un continuo foco de conflictos, tanto regionales (guerras entre Etiopía y Somalia, o entre Etiopía y Eritrea), como internos (guerra civil en Somalia), lo cual en combinación con los altos niveles de desnutrición y las precarias condiciones sanitarias, hacen de ella una zona en perpetua crisis humanitaria. Más de dos millones de personas murieron entre 1982 y 1992 como consecuencia de las guerras y el hambre. La FAO estimó que en 1985 estos países deberían alcanzar un índice de crecimiento agrícola del 3,8% anual, y mantenerlo en años sucesivos para poder acabar con su estado de desnutrición. Pero este objetivo, lejos de cumplirse, se ha visto perjudicado por las continuas luchas tribales que asolan la región desde hace años. Somalia se lleva la peor parte, con un índice de desnutrición del 20%, muy por encima del umbral del 15% que marca la frontera de los países severa y perpetuamente desnutridos.
Todo esto tiene su reflejo en los índices demográficos de la región. Si analizamos la tabla, vemos que más del 85% de la población se concentra en Etiopía y que la población urbana del conjunto representa solo el 18,47%. Este dato es muy importante, pues las concentraciones urbanas, por regla general, favorecen el desarrollo de los pueblos, al concentrar toda una serie de servicios de difícil acceso en el ámbito rural. Por contra, vemos que la previsión de crecimiento anual para estos países, supera con creces a la de los países desarrollados, por la simple cuestión de que hay mucho donde mejorar.
Otro dato interesante es el alto índice de fecundidad, que se sitúa en el conjunto por encima de 5 hijos por mujer, sin duda como mecanismo de defensa ante la gran mortalidad infantil tasada en el 85,95‰, con Somalia al frente, donde se supera el 116‰. El panorama no es demasiado alentador para los próximos años, pues a pesar de una marcada tendencia a la disminución de la mortalidad infantil, motivada por la revolución epidemiológica que supone la erradicación de determinadas enfermedades infecciosas, este progreso avanza de forma muy lenta en el territorio. Parte de la culpa de este lento avance, radica en la fuerte implantación del virus del SIDA entre la población, que se sitúa por encima del 9% en la población adulta. Sólo en Etiopía hay más de tres millones de casos registrados. Con una población que representa el 1,45% respecto a la del planeta, nos encontramos con más del 10% del total de portadores del virus, con las consecuentes influencias negativas en la esperanza de vida de sus habitantes, que está situada alrededor de los 50 años. Otras enfermedades que todavía causan estragos en la zona son la malaria, la neumonía, la diarrea aguda o el cólera, sobre todo en la población infantil, baja en defensas por su estado de desnutrición perpetua. Todo ello comporta una pirámide poblacional con más del 40% de menores de 15 años y solo con un 3% que supera los 60 años.
Otro grave problema al que se enfrentan países como Somalia o Etiopía es el de los desplazados internos. Solo en Somalia se estiman en más de un millón de personas y en Etiopía superan los tres millones, en su mayoría mujeres y niños, que al no cruzar una frontera estatal reconocida internacionalmente, no son considerados refugiados y, por lo tanto, no reciben la protección que estos merecen.
La economía de los cuatro países, a excepción de Djibouti, cuya principal fuente de ingresos son los servicios relacionados con su ubicación estratégica, se basa en la agricultura y la ganadería, que ocupan a más del 80% de la población. Grandes reservas de minerales se hallan en la zona, muchos de ellos sin explotar, debido a las pobres condiciones socio-económicas de sus pueblos. La creciente urbanización de sus territorios hace albergar esperanzas de un futuro desarrollo basado en la diversificación de sus actividades económicas y en la explotación de sus recursos naturales.
En la actualidad, estos países están englobados en el grupo de Desarrollo Humano Bajo, con un IDH inferior a 0,500.
Islas Británicas
La cara opuesta de la moneda la representan las Islas Británicas, formadas por Irlanda y el Reino Unido (Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte). Engloban un total de 65 millones de personas con un porcentaje del 87,80% de población urbana.
La economía irlandesa ha protagonizado un espectacular progreso en los últimos veinte años con crecimientos anuales del 10%, en parte por la llegada de grandes empresas mundiales que establecieron su sede en la isla, y que han llevado a su población a alcanzar uno de los PIB per cápita más altos del mundo. Esta bonanza económica ha transformado a Irlanda en país receptor de flujos migratorios de multitud de países, en contra de su antigua tradición emigratoria arraigada durante siglos. Se calcula que el 10% de la población irlandesa es de origen extranjero, encabezados por los procedentes del Reino Unido con más de 100.000 inmigrantes. Este alto porcentaje de inmigración compensa el bajo índice de fecundidad, que no alcanza el mínimo requerido para el reemplazo generacional. En el Reino Unido la cifra de inmigrantes, que en el año 2000 se cifraba en el 2,4% de la población, ha alcanzado cotas espectaculares desde el año 2004, en que el gobierno decretó la libre circulación sin restricciones para todos los países miembros de la Unión Europea, aunque en la actualidad ya se aplican sistemas de control para frenar el flujo migratorio y acoger únicamente a personal cualificado en base a una serie de premisas.
Diversos factores influyen en el acusado descenso de las tasas de fecundidad y natalidad en los países desarrollados, como la movilidad social, entendida como “el deseo de toda persona de ascender en su posición dentro de la escala social” (Zárate, 2005, pág. 208), o la situación social de la mujer, con su incorporación al mundo laboral y a un nivel de estudios superiores, que han retrasado la edad del matrimonio y su primera maternidad.
Si comparamos las tablas demográficas de las dos zonas estudiadas, observamos claras diferencias en cuanto a los índices de fecundidad, mortalidad infantil y esperanza de vida. Los dos primeros, están claramente relacionados; en los países desarrollados, las mujeres no necesitan tener un mayor número de hijos para asegurar su supervivencia, dadas las bajas tasas de mortalidad infantil. Esto, unido a la alta esperanza de vida, conforma pirámides poblacionales totalmente opuestas. Por último, vemos como los países de la región de las Islas Británicas, pertenecen al grupo de Desarrollo Humano Alto, con un IDH superior a 0,900.
Previsiones de futuro
Las expectativas demográficas son de un declive gradual en las tasas de crecimiento de la población, hasta su estabilización a mediados del siglo XXII. Pero este declive se vivirá de manera diferente en los países desarrollados que en el resto; mientras en las Islas Británicas se espera una estabilización de su población hacia del año 2025 en torno a los 75 millones de habitantes, en los países del “Cuerno de África”, esta estabilización se alcanzará a mediados del siglo XXII, con una población aproximada a los 300 millones de personas.
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