Finales de los setenta…
Pocas canciones pueden definir mejor la forma de vida de toda una generación que crecimos haciendo equilibrios en el borde del precipicio, y que por desgracia no todos pudieron superar (Frank, Carles…). La canción, convertida en himno para muchos setenteros, pertenece a Ian Dury, cantante inglés de voz dura como los tiempos que corrían, y fue publicada el año 1977.
Por esas fechas comenzó nuestro flirteo con los tres elementos enumerados en la canción. Eran tiempos de pasar tardes enteras en nuestro refugio de la calle Guitard (Witardo en aquellas fechas) escuchando a Jimi Hendrix, Iron Butterfly, Bob Marley, fumando petas y descubriendo el sexo. Las parejas se hacían y deshacían (los que fuimos declarados inútiles para el servicio militar, tuvimos una cierta ventaja en este sentido), y no existía el rencor ni el sentimiento de posesión que tanto daño hace al amor. Después vinieron los alucinógenos de todo tipo (trippies, mescalina, peyote y la terrible datura stramonium que nos dio más de un susto), el polvo blanco, y los viajes en cubierta de la Transmediterránea a Menorca, isla casi por descubrir en aquella época, en la que el hippismo tenía plantada su bandera de la misma manera que ocurría en Ibiza o Formentera. Pero a nosotros nos gustaba Menorca. Acampábamos en la punta del cabo de la bahía de Fornells, frente al Cap de Cavalleria, y allí continuábamos desarrollando nuestra experiencia con los tres elementos. Cuatro años duró el idilio con la isla, en los que sufrimos una evolución importante: empezamos a trabajar, a ganarnos los dineros y en cierta forma a aburguesarnos un poco: ya no nos conformábamos con dormir al raso ni con comer latitas de atún.
En este intervalo, conocí a Cristina, una chica de 17 años que siempre iba acompañada de su amiga Vestina, con las uñas y los labios pintados de negro y un look muy Maddona. Cada tarde nos encontrábamos en Grupetto, el bar de referencia de Les Corts donde Andrés y Valentín pinchaban música con dos platos Garrard de última generación, y en pocos meses vino a vivir conmigo a mi piso del Clot. Como he dicho, Cristina y Vestina eran un pack, con lo que pasábamos juntos muchos días y muchas noches. Al cabo de poco, Cristina y yo nos casamos y llenamos el piso con los regalos de la familia, pero nada cambió, el pack seguía funcionando. Nuestra sociedad duró un año, y claro el pack de tres se deshizo.
Tras mi separación, me dediqué a explorar lo que ha sido una constante en mi vida hasta mi asentamiento con la madre de mi hijo: el mundo de las mujeres comprometidas. Por razones obvias, los nombres que siguen no coinciden con las descripciones.
Empezó y acabó temporalmente mi periplo en la empresa donde trabajaba, como creo que ya he comentado en otros post la empresa láctea Ato, a principios de los ochenta. He de decir, que salvo alguna excepción, nunca prometí amor eterno ni tampoco lo esperé. Hechas estas consideraciones, os hablaré de Mónica, una chica que conducía un Renault 11 Turbo con novio en Suiza (con el cual creo que acabó casándose), que me asaltó una noche de copas y me llevó a su casa donde permanecimos tres días encerrados. Marchó de la empresa al cabo de poco y no volví a saber de ella. Continuó la senda con Marta, una preciosa muchacha a la que no traté como debía, pues ella se enamoró de mí, y a pesar de mis advertencias, reconozco que la utilicé en mi beneficio como y cuando quise sin tener demasiado en cuenta sus sentimientos. Nadie es perfecto!!! Durante y después de mi relación con Marta tuve un bonito affaire con Pilar, que duró casi 1 año y que alcanzó cotas surrealistas, como enrollarnos mientras otros amigos le daban palique a su novio, estrenar su lecho nupcial o asistir a su boda. Después de esto, pasé un tiempo retirado con pequeños encuentros sin importancia, hasta que me enamoré. Se llamaba Anna, y era una preciosa chica rubia de pelo lacio por la que habría matado si me lo hubiera pedido. Nuestra aventura duró varios meses, con diversos altibajos motivados sin duda, por no poder ella satisfacer todas mis necesidades sentimentales, ya que su verdadero amor no era yo. Entre medio de estas cuatro mujeres, hubieron otras aventuras, siempre con muchachas de la empresa, pero de poca significación.
Tras este recorrido, y pasado un tiempo prudencial, conocí a la que sería mi compañera durante 15 estupendos años, con la que tras unos años iniciales marcados por la fiesta y el descontrol, decidimos dar el paso más importante en nuestra vida, que no fue otro que la procreación. Y así llegó Pol.
Tras nuestra separación, el destino ha querido que retome mis hábitos anteriores, y como una repetición de la historia, he pasado por una serie de romances con mujeres comprometidas, la última de las cuales, María, despertó de nuevo el amor en mí, pero al igual que Anna, al cabo de ocho meses prefirió seguir con su novio. Lo curioso es que ambos novios comparten el mismo nombre, Ramón. Querrá esto decir que mi próxima relación será tan intensa y duradera como la que me llevó a convertirme en padre???
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