En los últimos
años estamos viviendo en nuestro país, el nacimiento de una serie de conflictos
relacionados con el uso del territorio, de carácter muy variado. A menudo se
nos presentan a través de los medios de comunicación y por los políticos con
una gran dosis de simplismo, como fruto de la reacción egoísta de unos pocos
que ven en peligro su “modus vivendi”, o como resultado de acciones colectivas
en busca de un mayor equilibrio territorial. No podemos quedarnos sólo con
estos motivos, y creemos que la proliferación de conflictos se debe
fundamentalmente a tres factores:
·
La creciente preocupación de la población por la
calidad, los recursos, la seguridad y la identidad del lugar donde vive.
·
La crisis de confianza en las instituciones
políticas y de representación ciudadana
·
Las limitaciones de las políticas territoriales,
generalmente escasas y mal diseñadas, y habitualmente mal explicadas.
Las
identidades locales, a menudo son ignoradas desde los grandes centros de
decisión, lo que provoca sin duda, elementos de tensión. Además, la
implantación de nuevas tecnologías permite la dispersión y refuerza la
centralidad, creando diferencias entre unas poblaciones y otras. Sin embargo,
la creciente interrelación entre poblaciones y la mayor facilidad en los
desplazamientos, así como la ventaja comparativa que se puede obtener por el
hecho de ubicar una actividad en un sitio y no en otro (siempre en consonancia
con factores como la disponibilidad, el coste de la mano de obra local, la
existencia de actividades complementarias, la facilidad de acceso exterior, la
eficacia administrativa o la existencia de servicios adecuados), hacen de las
características especiales de cada lugar un hecho diferencial cada vez más
importante, en contra de lo que pudiera parecer, en un mundo cada vez más
globalizado.
De esta
manera, cada lugar se define por aquello de lo que dispone para ofrecer, hecho
que comporta inevitablemente, competencia entre territorios, base de muchos
conflictos territoriales. Otro factor a tener en cuenta, es el nacimiento de
nuevas formas de identidad local, potenciadas por el temor a la pérdida de
sentido de las mismas en el entorno global imperante. Son las llamadas
“identidades de resistencia”, bien diferentes de las “identidades
legitimadoras”, impulsadas desde las instituciones oficiales, o las
“identidades de proyecto”, cuyo objetivo es la transformación social en un
sentido más amplio que el local. Así, vemos que se produce la paradoja de que en
un mundo más globalizado, la política local cada vez tiene mayor importancia,
pues las personas tienden a buscar en su entorno la seguridad que no perciben
en unas dinámicas territoriales y económicas globales, a menudo lejanas e
incomprensibles.
En el origen
de la mayoría de los conflictos territoriales, observamos la participación de
agentes externos de carácter supralocal que toman decisiones de tipo
empresarial o administrativo (a veces en conjunción), que afectan a un
territorio en el cual no residen, hecho que provoca la reacción en contra de
los agentes locales afectados. Los motivos más habituales del rechazo a éste
tipo de actuaciones, son la preocupación paisajística, la alarma por la pérdida
de recursos, el temor por el patrimonio personal o colectivo, o la motivación
medioambiental, hechos que comportan una derivación a la extensión de los
conflictos a conjuntos de municipios, comarcas, o incluso a territorios más
extensos.
No en el patio de casa
La ciencia
política anglosajona ha bautizado a los conflictos locales de carácter
reactivo, con el acrónimo NIMBY (“Not In My Back Yard”), pero en el caso de los
conflictos catalanes, ésta definición no se ajusta del todo a la realidad. Hay
que tener en cuenta, que bajo ésta denominación se agrupan aquellos conflictos
que responden a lógicas generales que tienen como objetivo el bienestar de la
sociedad en su conjunto, cosa que no se corresponde con temas como la
ampliación de la estación de esquí de Vaqueira, o la construcción del puerto
deportivo de Sant Feliu, por citar dos ejemplos, de carácter claramente
empresarial.
Otra
característica de los conflictos tipo NIMBY, es la percepción de que los
movimientos opositores obedecen a motivaciones egoístas, que harían que la
acción opositada fuera aceptada si se produjera en otro territorio. Tampoco se
da ésta circunstancia en los movimientos que defienden los bosques de la
Catalunya Central, o los lugares históricos de la Batalla del Ebro.
Evidentemente, sí encontramos movimientos locales que aceptarían sin problemas
cambios de ubicación en determinadas actuaciones, pero hablamos de una minoría
de los casos.
Por último, la
denominación NIMBY, presupone que en cada conflicto hay unanimidad en los
agentes locales en el rechazo, y en los agentes externos en la promoción de las
actuaciones. Vemos que en conflictos como el del trasvase del Ebro, hay una
mezcla de agentes tanto locales como externos a su favor, y lo mismo pasa en el
bando del rechazo.
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