EL PATIO TRASERO
Tal y como
indica el nombre (países industrializados), el nivel de desarrollo de un país
se mide, entre otras cosas, por el grado de industrialización del mismo. En
este sentido, la agricultura ha dejado de tener un papel principal en las
mediciones económicas a simple vista. Pero la realidad es que las actividades
agrícolas están plenamente integradas dentro del sistema productivo del
capitalismo. Asociada a la transformación de los sistemas de explotación
agraria, encontramos también un cambio de rol de los antiguos agricultores de
los países industrializados, hoy en día convertidos en empresarios.
El proceso de
transformación agrario ha originado una industria colindante, necesaria para
procesar, manipular, almacenar, transportar, etc., los productos desde su
origen hasta los mercados donde se consumen. Toda esta industria no era
necesaria cuando hablábamos de agricultura de subsistencia, donde una familia
trabajaba su tierra y obtenía el alimento que consumía, pero en la actualidad
los trabajadores del campo, producen para comerciar con su producto y se
organizan como una verdadera empresa, la cual forma parte del eje productivo de
un país y se rige por las leyes del mercado.
Evidentemente,
este hecho se produce únicamente en los países desarrollados. A diferencia de
éstos, en los países pobres, son empresas extranjeras las que controlan el
proceso productivo, a menudo en detrimento de la población autóctona, y con el
beneplácito de las esferas de poder de uno y otro país.
Dependencia productiva
Uno de los principales
problemas del monocultivo productivo, es que su éxito depende de los precios
internacionales del cultivo, habitualmente muy variables, por lo que se intenta
obtener el máximo beneficio en el menor espacio de tiempo posible. Por tanto se
trata de una economía especulativa, que puede, en caso de un hundimiento de los
precios, llevar a la ruina (todavía más), a países enteros, pues el tipo de
empresas que controlan esta economía se convierten en las mayores
suministradoras de ocupación de un país. Además, el hecho de que estos
productos estén destinados al comercio internacional, implica que en algunos
casos hayan de pasar por un proceso de tratamiento industrial en los países de
origen, lo cual lleva a la construcción de fábricas para el empaquetado o la
transformación en productos semielaborados. Estas fábricas también suelen estar
en manos de capital extranjero, por lo que, finalmente los recursos naturales
de un país, quedan en manos de una empresa privada, creando así una nueva forma
de neocolonialismo.
“El pez grande se come al chico”
A lo largo de
la historia, encontramos multitud de ejemplos de países que han explotado los
recursos naturales de otros países en beneficio propio, con vagas
justificaciones o incluso sin ellas. Como dice en su artículo Manuel
Leguineche, en boca de un ciudadano hondureño:
“los españoles
se llevaron el oro y nos dejaron las iglesias” […] “los gringos se llevaron la
piña y las bananas, y nos dejaron hospitales, escuelas y algunas carreteras, es
verdad, pero se llevaron más que dejaron. Los placeres, son por onzas, y los
males, por arrobas. La verdad, amarga, y la mentira, dulce como el plátano”.
En el pasado,
la gran mayoría de los países colonizadores sacaron partido de sus colonias. El
Imperio Británico, Francia, España, se aprovisionaron durante siglos con los
productos procedentes de la India, África o Sudamérica, cuando no se trató de
una expoliación. En la actualidad, se practica otro tipo de colonialismo, de
carácter económico, donde aparentemente cada país disfruta de su independencia
política, pero la realidad es que la economía (y por tanto el desarrollo del
país) está controlada desde el exterior por empresas que cuentan con una serie
de privilegios otorgados, y que imposibilitan el crecimiento y la explotación
de los recursos propios de un país.
El caso más
claro, es el neocolonialismo tanto económico como político, que ejercen los
Estados Unidos sobre diversos países centroamericanos, pero también podemos ver
empresas que se han lanzado a la compra de terrenos en países desfavorecidos
para instalar allí sus negocios relacionados con la agricultura. Entre ellas,
encontramos al grupo ruso Renaissance Capital que recientemente ha adquirido
300 mil ha. en Ucrania, donde también ha desembarcado el grupo británico
Landkom o el banco estadounidense Morgan Stanley. Pero quien se lleva la palma,
es la empresa coreana Daewoo, compradora de más de 2 millones y medio de ha. en
diversos países africanos, o los países productores de petróleo, con escasez de
tierras de cultivo, que se han lanzado a la adquisición indiscriminada de
tierras en territorio africano y asiático, donde ya controlan más de 6 millones
de ha. También la especulación ha llegado a Argentina, donde la firma Benetton
dispone de casi 1 millón de ha. de terreno para la cría de ganado, y donde se
ha convertido en el mayor productor de lana del país.
En general, la
venta o el alquiler de tierras a estados o empresas extranjeras, repercute en
expropiaciones a pequeños productores o en deforestaciones masivas.
Aproximadamente una ha. de bosque produce un beneficio 15 veces mayor si se
dedica a la producción agraria que si se utiliza para la producción de madera.
De ahí que grandes bosques de la Amazonia, el Congo o Borneo estén siendo sustituidos
por plantaciones.
La “Amenaza Comunista”
Una de las
cuestiones que más me han llamado la atención, es como, una vez más, se
manipula la opinión pública con el tan raido argumento de la “amenaza
comunista”. A lo largo de la historia reciente hemos presenciado verdaderas
barbaridades cuya justificación ha sido el “peligro rojo”. Desde golpes de
estado promovidos por agencias estatales extranjeras, hasta asesinatos o
depuraciones políticas realizadas para “salvar al mundo”, por personajes sin
escrúpulos cuyo objetivo final ha sido meramente económico.
Desgraciadamente,
estamos en un mundo donde los valores económicos priman sobre el respeto a la
Humanidad, y estos hechos nos lo demuestran día tras día. El peligro es que en
la actualidad, los mismos que alardeaban de ser los protectores del mundo, ante
la desaparición de los regímenes comunistas y por tanto de su “amenaza”, han
sustituido su discurso y ahora nos hablan de la “amenaza terrorista”, en muchas
ocasiones sin ningún fundamento razonable.
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