En la vida todos
tenemos uno o varios momentos que con el paso del tiempo recordamos con ese
dicho tan popular, “que me quiten lo bailao”. Uno de mis momentos fue el
glorioso 92. La cúspide se alcanzó a finales de abril con la firma de mi
adhesión voluntaria al expediente de regulación de la empresa láctea Ato, y la
semi-voluntaria de Núria, mi pareja. La gestación de estos “despidos” se remonta
unos meses atrás: con la amenaza del expediente siempre presente, la empresa
presionaba al comité del que yo formaba parte desde hacía tres años, en busca
de recortes salariales y sociales inaceptables. Conocedores de la situación
(realmente de extrema dificultad) y de la voluntad de gran parte de los
trabajadores, lejos de impresionarnos con las amenazas emprendimos una serie de
acciones de riesgo, que por suerte dieron sus frutos. La primera de ellas fue
denunciar el excesivo número de trabajadores contratados a través de empresas
de trabajo temporal, entre las que se encontraba Núria. Como consecuencia de la
denuncia, unas 30 personas pasaron a considerarse fijas en plantilla de la
empresa. La segunda acción, fue la definitiva: aceptamos sentarnos a negociar
el expediente, pero con condiciones.
La empresa planteó
un expediente que afectaba a 600 de las 700 personas que quedaban en ella,
después de la no renovación de los contratos temporales en vigor. Nuestra
propuesta contemplaba la pre-jubilación de todo el personal mayor de 50 años y
la apertura de una lista de voluntarios, que sabíamos iba a ser extensa. De los
30 días por año trabajado ofertados por la empresa acabamos firmando un
promedio de casi 48 días, después de tres meses de intensa negociación,
salpicados por sentadas, manifestaciones, paros, asambleas más o menos
pacíficas… Uno de nuestros mayores logros fue marcar una indemnización mínima
(3 millones de las antiguas pesetas), de la que se benefició la mayoría del
personal que acabábamos de hacer fijo proveniente de las ETTs, Núria incluida.
Finalmente el expediente afectó a unas 400 personas, todas voluntarias o
pre-jubiladas, excepto un pequeño colectivo de 6 o 7 trabajadores, cuya marcha
era condición sine qua non, y que el
comité aceptó en un ejercicio de responsabilidad colectiva. De los 17 miembros
del comité, 12 marchamos voluntariamente, cerrando un acuerdo que satisfizo a
todas las partes, aunque como era de esperar posteriormente en el sino de la
empresa se dijo de todo de los que habíamos marchado.
Pues bien, estamos a
finales de abril con 2 años de paro por delante y con una cantidad indecente de
pasta en los bolsillos. Qué podíamos hacer, sino fundirla??? Con esa intención
nos personamos en El Corte Inglés para hacernos con un kit de bolsas de viaje y
emprender el mismo. Pusimos cuatro cosas en las bolsas y nos dirigimos a la
estación de Sants a ver que tren nocturno nos transportaba hasta Andalucía, sin
haber decidido aún a qué lugar en concreto. Encontramos un Talgo con destino
Córdoba y sacamos billete en un coche-cama que nos depositó a la mañana
siguiente en la ciudad de los Califas. Objetivo: buscar hotel. Nuestro sexto
sentido nos llevó hasta el magnífico hotel Alfaros, que había abierto al
público un par de semanas antes. Pasamos una semana allí, en la que intimamos
con todos los camareros (especialmente con uno de ellos que no llegaba a
entender nuestras peticiones y no paraba de repetir “Chue…Fanta, Bourbon…
Tenezi) hasta el punto de cerrar el bar del hotel e irnos de fiesta con ellos
todas las noches, por lo que conocimos la ciudad en todas sus facetas,
nocturnas y diurnas. Para quien no haya visitado la Mezquita, decir que es la
construcción más impresionante que haya visto jamás y que en su interior se
aprecia el embrujo de la cultura que la habitó siglos atrás.
Influidos quizá por
ese embrujo, encaminamos nuestros pasos hacia Granada, donde nos alojamos en el
Parador Nacional de la Alhambra, un convento franciscano del siglo XV en el que
pasamos otra semanita a todo tren. Los jardines, las fuentes, los palacios
nazaríes… impresionante. Un día, leyendo una revista del parador, descubrimos
un pequeño hotelito muy exclusivo situado en San José, en el Cabo de Gata. Su
carta de presentación era que uno de sus clientes habituales era el rey de
España, y pensamos que si él iba allí, nosotros no íbamos a ser menos. Llamamos
por teléfono y Paco nos explicó que su establecimiento contaba con 6
habitaciones de las que tenía un par libres y que nos recibiría encantado. El
hotel era espectacular… una estancia marinera sin pretensiones, pero decorada
con un gusto increíble, con habitaciones amplias y luminosas y una calita
privada. El restaurant, magnífico… platos marineros cocinados en su justo punto
y el menú real, el que al parecer le gusta al rey de España. Nos contaba Paco,
que al pobre hombre no le dejaban bajar a la calita por motivos de seguridad,
pero que alguna escapada hacía con su complicidad. El trato, exquisito, tanto
de Paco, como de su pareja (no recuerdo su nombre), una hippie reciclada que
cuidaba hasta el más mínimo detalle.
En mitad de nuestra
estancia en San José había una fecha crucial: 20 de mayo del 92, final de la
Copa de Europa en Wembley, Barça – Sampdoria. Por muy a gusto que estuviéramos,
que lo estábamos, no podíamos perdernos este evento. Ni cortos ni perezosos, dejamos
las bolsas en el hotel y volamos a Barcelona para vivir el partido con los
colegas y celebrar la conquista de nuestra primera Copa de Europa. Volvimos a
San José al día siguiente y al cabo de un par de días nos encaminamos al
Parador de Mojácar a disfrutar del sol de mayo en sus increíbles playas.
Resultó que en todo el Parador, habitábamos solo seis o siete clientes, y la
sensación de relax era extrema: la piscina estaba vacía siempre, pero a
nosotros nos gustaba más la playa. Hicimos amistad con una muchacha que
regentaba un chiringuito (Kontiki Beach) y que alquilaba hamacas, por lo que
pasábamos el día entre el agua, la hamaca y el chiringuito. Incluso se ausentó
un par de días y nos dejó dos hamacas disponibles para nuestro disfrute en su
ausencia. Durante nuestra estancia en Mojácar, visitamos Cuevas de Almanzora,
localidad de la que era originaria la familia de mi madre, y su mítica fuente
de los siete caños.
Tras no sé cuántos
días regresamos a Barcelona donde seguimos empeñados en nuestro propósito
inicial, fundirnos la pasta de las indemnizaciones. Después vino Túnez, y el
maravilloso Abu Babbas, hotel en el que creo, solo habían jeques árabes y
nosotros, hasta el punto de hacernos pagar por adelantado la estancia. Pero, en
ese momento éramos poderosos y no nos importó.
En fin, como he
dicho al principio, este es uno de los momentos de “que nos quiten lo bailao”…
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada